El mártir espera la muerte; el fanático corre a buscarla.
Denis Diderot

Escribe: Víctor Tapia

La compra de Pitchfork a manos (¿o a tarjetas?) de las billeteras de GC ha suscitado varias notas a lo largo del mundo. En éstas, se filosofa sobre el estado de situación que caracteriza al periodismo musical en general y el periodismo de rock en particular. A quien escribe estas líneas se le ocurrió que algunos pensamientos al paso podrían ser útiles para este debate. Y si no lo son, al menos hemos esbozado otra mirada sobre el entuerto que hoy goza del favor de la moda. Pasemos entonces a nuestras humildes reflexiones; prometemos no extendernos.

  1. La víctima que aún nadie ejecutó: ¿el periodismo musical es Luis XVI o Juana Doña? 

El supuesto cierre de Pitchfork no es tal, al menos por el momento. La página comparte todos los días contenidos en sus redes sociales. Es imposible la determinación a ciencia cierta sobre una absorción del sitio, pergeñada para que éste se convierta en un elemento más de GQ. De hecho, las noticias diseminadas hasta el momento apuntan a que el reconocido sitio musical no será cerrado y se mantendrá firme sobre sus carriles habituales. No habría ninguna subsunción, tal como hoy se profetiza sin ninguna prueba o indicio al respecto. 

Si la presunta víctima aún se mantiene viva, ¿por qué no figuran en nuestros muros de Facebook las publicaciones de Pitchfork? La respuesta es tan sencilla como atroz: dicha red social cada vez restringe más el alcance de los posteos en los cuales se emplacen enlaces externos a Meta. Pese a ello, Pitchfork mantiene su pivote central en los links de su dominio propio. Los me gusta o likes de cada publicación son elocuentes: a nivel mundial, son casi nimios para una publicación de semejante renombre. ¿La gente se hartó de la prensa musical? No, sencillamente ésta no figura en sus scrolleos periódicos. 

Nota del 8 de abril de 1957 hablando de la muerte del rock en la Argentina. Tomada del Archivo Walter Gómez de Jazz y Rock and Roll en la Argentina. ¿Otra que Pitchfork?

Toda persona que comparta contenido externo en Facebook y aledaños sabrá a qué nos referimos. No hay manera satisfactoria aún para que esta limitación rayana en la censura se solucione, o al menos se evada de manera parcial. Si se publica el link en comentarios o en historias, el alcance del posteo en cuestión aumenta de modo sideral. Pero también se incrementa la cantidad de personas que comentan sin lectura y/o escucha alguna del contenido vertido. Quien escribe estas líneas lo experimentó en torno a los posteos del programa radial Otra Historia, emitido en 2023 por Radio Nacional de Argentina en su frecuencia AM 870: los comentaristas repetían hasta el hartazgo contenido presente en las columnas difundidas. Como contrapartida, la difusión de un link a Youtube llevaba a un ostracismo digital huérfano de todo comentario. 

¿La prosperidad de un proyecto cultural digital es posible con las normas restrictivas de las redes sociales predominantes? ¿O es hora de que pasemos a otras alternativas, e incluso que las construyamos? Las profecías más pesimistas de un Richard Stallman han quedado cortas al lado de los caprichos de Elon Musk, Matt Zuckerberg y demás compinches. Pero también es cierto que la Historia nos ha demostrado que todos estos reinados ajenos a la economía real están sujetos a fechas de muy bajo vencimiento. ¿Por qué no acelerarlas de una vez por todas? Como mínimo, sería muy divertido….

    Página de Facebook de Pitchfork. Captura tomada el 20 de febrero de 2024. Nótense las escasas reacciones al posteo.                                     

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2. ¿Quien quiere diarios del ayer?– Un tratado sobre como lo ocurrido hoy en tierras anglosajonas… pasó ya hace años en la Argentina

Octubre de 2016: el mes en el cual terminó la vida del legendario suplementodel diario Clarín. Marzo de 2018: el suplemento No de Página 12 anunciaba que no saldría más en papel. Octubre de 2018: la revista Los Inrockuptibles desaparecía en su versión digital. Ya en el previo mes de septiembre del mismo año, su edición en papel había perecido. 

Hubo algunas repercusiones en la prensa especializada al respecto de estas clausuras. Pero ninguna tuvo la envergadura del debate local sobre la (no) ejecución final de Pitchfork. Tampoco hubo réquiem para un cierre tan reciente como el de Silencio: quizás el único portal que en los últimos años intentó competirle a Indie Hoy. 

La acuciante situación laboral sufrida por los trabajadores de Pitchfork y el mundo del streaming es dolorosísima. Pero no representa novedad alguna para el periodismo musical argentino. Ya hemos sufrido cosas peores que ésta: el apocalipsis que hoy sacude al mundo anglosajón es reflejo tardío del pasado de nuestro país.

Debate sobre la muerte del jazz… en la Argentina de 1943. Al parecer, ni el «Chivo» Borraro ni el «Gato» Barbieri se enteraron de la existencia de dicho velorio.

No debatiremos si cierta predilección por los problemas anglosajones se esconde detrás de esta desequilibrada reacción ante las realidades foráneas y regionales. Al fin de cuentas, esta hoja seguiría en blanco si Don Pitchfork no hubiera cambiado de collar. Pero cabe al menos el planteo de una duda alentadora: ¿no poseemos una mínima ventaja a partir de que esta situación de crisis se haya experimentado con anterioridad en nuestras pampas? La necesidad puede convertirse en virtud: si corremos con tiempos adelantados a los imperantes en Albión y las tierras del Tío Sam, también podemos convertirnos en precursores de la construcción de un nuevo modelo de producción en lo que respecta a la refundación del periodismo musical.

Nadie sabe cómo puede gestarse esto. Pero conocemos de modo suficiente qué Escila y Caridbdis deben evitarse a toda costa: la britofilia ubicua a lo largo de toda la historia del periodismo rockeril argento y nuestro desprecio al rock existente en el resto de los países iberoamericanos. El establecimiento de puentes con colegas del Perú, Brasil, Chile, Bolivia, España, etc puede fortalecernos para que labremos la cuna de algo totalmente nuevo en lo que respecta a la profesión. Contra múltiples escollos y varias fronteras, este proceso está en plena gestación y aún tiene mucho para brindarle al mundo entero. No lloremos por la caída de Bizancio: ¡hoy podemos convertirnos en la nueva Estambul!

Última tapa del suplemento Sí, subida a Twitter por Diego Rottman. En la tapa del número 1 de 1985, estaba Juan Carlos Baglietto con una pose y vestuario símiles a los usados por su hijo en esta foto adjunta. ¿Tan poco cambió la escena local entre 1985 y 2016?

3. La culpa no es de las nuevas generaciones ni de las viejas.. ¿será de las intermedias?: el por qué cierto periodismo de rock vernáculo desprecia tanto al nacido en 1935 como al alumbrado en 2005

Quizás el lugar más común que se haya divisado en torno a las reflexiones emanadas a partir del affaire Pitchfork se relacione con una minusvaloración de las generaciones juveniles. Incluso, se entrevé un pase de factura a la adolescencia y adultez joven: su supuesto abandono de la música en pos de otras artes sería el culpable de la decadencia del periodismo musical. Las personas nacidas a partir de fines del segundo lustro de los 90 en adelante serían meras víctimas del algoritmo, incapaces de la escucha de un álbum entero. La música no ocuparía para estas generaciones el lugar que detentó en los 60 o 70 dentro de los consumos practicados por las juventudes de aquellos años.

El único problema de esta nostalgia poco futura es su falsedad total. Es precisamente la generación nacida a partir de 1998-1999 (a la cual no pertenece quien escribe estas líneas, por si es necesario aclararlo) la cual recuperó el cetro privilegiado de la música como formadora por excelencia de las identidades juveniles.

Para muestra basta un botón: cualquier persona que estudie de modo liviano y superficial el fenómeno de Taylor Swift observará un hecho insoslayable. El consumo practicado por sus fans es comparable al de los dylanólogos y otros consumos obsesivos por excelencia que caracterizaron a las épocas tan elogiadas por el periodismo musical predominante. Poco importa si nos gusta o no la música de la estadounidense citada: lo clave para nuestro artículo es que la adolescencia que la sigue escucha sus discos de modo entero y estructura sus identidades (y consumos) en torno a ellos. La existencia de fiestas temáticas a lo largo de diversos puntos de la Argentina que se organizan en base a longplays concretos de la compositora aludida es un ejemplo contundente. ¿Hace cuánto que no se bailaba en una fiesta al son de la música de un artista específico, con un disco determinado como estructurador del evento? La tan mentada muerte del álbum choca de bruces con el hecho de que en estos eventos las personas concurrentes se vistan de acuerdo a las paletas de colores predominantes en las tapas de los discos grabados por Taylor. Su espectáculo en vivo, acreedor de tres canchas de River Plate repletas, se organiza de acuerdo a secciones dedicadas para cada longplay de la estrella nacida en Pensilvania. ¿Donde está aquel consumo por simple/canción que supuestamente predomina de modo absolutista en las redes? Se ha dicho con mucha seguridad que la adolescencia siquiera sabe los nombres de los artistas que crean sus temas preferidos…  Imposible: ¡la muchachada hasta conoce los títulos de álbumes como Folklore, los cuales carecen de canciones homónimas a él!

El álbum como unidad conceptual y la música como forjadora de la identidad juvenil son otros fusilados hipotéticos, a los cuales nadie jamás pegó un tiro de gracia. Es más: sospechamos que nunca fueron al patíbulo, salvo en la imaginación de cierto periodismo huérfano de toda empiria. Y lo de Taylor Swift es solo un ejemplo: la misma neurosis puede hallarse en los consumos de trap u otras figuras del pop anglosajón y/o local. Repetimos que es irrelevante si estas expresiones musicales nos gusten o no: en todo caso, ellas merecen dardos reales y no ataques basados en muñecos espantapájaros.

Revista Cantando, 16 de abril de 1957. Se aplaudía a viva voz la gloria efímera del rock.

Ojalá que esta fracción del periodismo argentino especializado solo tuviera problemas con las personas nacidas en 2005. Hemos oído como ciertas vestiduras se rasgaban indignadas a causa de que algún oído púber desconocía quién es Charly García. Ahora bien: si a estos enfurecidos melómanos les preguntáramos quiénes fueron Ken Hamilton, Luis Rolero, Eleuterio Yribarren o Johnny Carel…. ¿sabrían aportarnos alguna contestación? La respuesta la sabemos todos, así que no la plasmaremos en este escrito. Solo diremos que aquí hay un agravante en comparación al piberío nacido en el siglo XXI: estos inquisidores sin religión tuvieron el tiempo suficiente para la realización de investigaciones sobre los precursores del jazz y el rock en la Argentina. No sólo no las efectuaron, sino que permitieron que miles de personalidades artísticas precursoras murieran sin una entrevista o un mínimo reconocimiento. Una porción (¿predominante?) del periodismo de rock cultivado en la Argentina odia tanto a la swiftie nacida en 2005 como al jazzero-rocanrolero nacido en 1935. La moneda revela sus dos caras, de un modo casi exhibicionista.

Algunos ejemplos del «consumo por álbum» realizado por las personas seguidoras de Taylor Swift: una gráfica que explica todas sus ediciones en cassette, y un meme irónico comparando la fama obtenida por el longplay Evermore en contraste a otros álbumes de la compositora.

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Los diagnósticos desacertados solo conducen a soluciones aún más desatinadas. Antes de indignarse y solidarizarse con lo ocurrido en Pitchfork, debiéramos ejercitar la caridad con nosotros mismos. Antes de que se anuncie la llegada de los Cuatro Jinetes, debiera apreciarse que aquí ya pasamos por Gog y Magog; en todo caso, no debemos combatir a ninguna Bestia sino involucrarnos en la construcción urgente de un Cielo y Tierra nuevos. Advertimos que la capital de éstos últimos no debe situarse en el radio céntrico de Buenos Aires. La refundación debe irradiarse de forma descentralizada a lo largo de toda Iberoamérica.

Mucho menos debe adjudicarse la culpa a la juventud actual de problemas totalmente ajenos a ésta. La crítica de rock, el periodismo musical y a las disciplinas aledañas no deben su crisis a motivos ficcionales e inexistentes: los agentes activos en este campo no hemos estado ni estamos a la altura de lo requerido por el contexto histórico que nos atraviesa. Esto es un fenómeno global, lo cual no debe excusarnos a la hora de la identificación de los problemas circunscritos a la Argentina. La alergia a la historiografía de la música popular previa a fines de los 60 es una prerrogativa exclusiva de nuestra patria y otros países hermanos de Hispanoamérica.

Hasta hubo quien nos acusó a los nacidos en el 94/95 de que al ser nietos del todo, queremos historizar todo lo pasado en vez de construir el futuro. Desde nuestra parte, nos declaramos totalmente culpables de dicho cargo: preferimos eso al error cometido por buena parte de las generaciones intermedias, las cuales se erigieron como abuelos de la nada (y no nos referimos a la excelente agrupación creada por el gran Miguel). La falta de un pasado común y la negación del presente nos conducirá de modo irremediable a la ausencia de un futuro compartido. Por eso mismo, estos pensamientos al paso instan a que de una vez por todas la Continuidad historiográfica venza a las concepciones cimentadas en la ruptura. De este modo, el periodismo musical logrará la inmortalidad. 

¿O acaso ésta no consiste tan sólo en que algo exista antes de nuestra vida biológica… y después de ella?

                                                     Víctor Tapia,

                                                                          4 de febrero de 2024 (ya pasó Caseros)