Escribe: Sergio Daniel Rocamora

La semana había comenzado de la misma manera en que supo terminar la anterior: lunes con humedad trepando al ciento por ciento y una lluvia fútil a la hora de desanudar la masa de aire caliente. En este contexto de repugnancia climática es que decidí cortar con el asco y refugiarme un rato en la sala; la elegida sería la del avión que a poco de despegar tiene un desperfecto y se precipita.

No, no, ésa no, la otra. La que no tiene 758 mil millones de reproducciones en plataformas y que probablemente no recuerde nadie de acá a 10 o 12 días: Atrapados en lo Profundo (No Way Up).

En este caso, el avión no cae sobre montañas nevadas, sino que se sumerge en el Océano Pacífico. Un grupo de amigos sobrevive al impacto y quedan dentro de la aeronave con la posibilidad de poder respirar. Rápidamente son acechados por tiburones. A este cocktail de infortunios se le suma que el avión se incrusta inclinado en un acantilado submarino y que poco a poco comienza a ceder, con el riesgo de hundirse definitivamente en lo más inhóspito de las aguas. Es decir, a La Sociedad de la Nieve no solo se le monta Tiburón, en la retina también aparece Titanic. Consumo irónico alert.

El guión es endeble, el final pobre y por demás inverosímil a la vez que las actuaciones son decididamente malas -salvo por la de un tipo que ¡increíblemente es el primero en morir!-. Terminado el grotesco; mi cerebelo, que había empezado a atrofiarse producto de la humedad galopante, de golpe lucía renovado y fresco para emprender la vuelta a casa, cenar y ver el noticiero de la medianoche. Pues bien: misión cumplida; qué viva el grotesco.